martes, 13 de septiembre de 2011

EXCLUSIÓN Y ALGO MÁS


Rafael Mingo

Según estadísticas oficiales, son más de 650 millones las personas en el mundo que padecen algún tipo de discapacidad.  La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, aprobada en diciembre del 2006 por la Asamblea General de Naciones Unidas, nos da una definición sobre la diversidad funcional: “Las personas con discapacidad incluyen a aquellas que tengan deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales a largo plazo que, al interactuar con diversas barreras, puedan impedir su participación plena y afectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con los demás”.

No podemos, ni debemos, tratar de solucionar los problemas de la diversidad a base de definiciones y bonitas palabras. Cuando se observa el mundo de la discapacidad y nos adentramos en el núcleo de sus problemas más cercanos, es obvio que todas las definiciones vengan de donde vengan, solo acumulan buenas intenciones y éstas, no solucionan el día a día de la diversidad más desfavorecida como son las personas discapacitadas. Claro que, como decía Teresa de Calcuta: “ A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota”.  Sería muy conveniente pasar de las palabras a los hechos para que los millones de personas más desfavorecidas en el mundo, comiencen a ser eso, personas integradas en el mundo.

Todos los organismos nacionales e internacionales dedicados a luchar por la discriminación de las personas con discapacidad, reconocen por activa y por pasiva que, en todos los países y en todas las regiones del mundo, las personas con discapacidad son a menudo marginadas de la sociedad y se les priva del acceso a algunos de los servicios más esenciales de la vida: educación, trabajo, vivienda, familia, hijos, votar en las elecciones, desarrollo social… ¿las palabras bonitas solucionan todos estos problemas que acumulan las personas con alguna discapacidad? Vivo el mundo de la discapacidad y mi respuesta, no sesgada ni tampoco interesada es: NO.

Si hablamos de cifras, son aterradoras. El 20% de las personas más pobres tienen alguna discapacidad, el 98% de los niños con discapacidad de los países en desarrollo no asisten a la escuela, cerca de un tercio de los niños desamparados tienen alguna forma de discapacidad, y el índice de alfabetismo de los adultos es tan solo del 3%, y del 1% en el caso de las mujeres con discapacidad en algunos países. Las definiciones, las palabras huecas y bonitas, la letra en definitiva, ni consigue la paz, ni la inclusión e integración de estos colectivos tan desfavorecidos.

¿Qué hacer ante este largo historial de discriminación, exclusión y deshumanización que día a día sufren estas personas? Todas las personas de cualquier ámbito –político, sociedad civil, empresarios, medios de comunicación, líderes religiosos, educadores, estudiantes,- podrían unirse para luchar y tomar medidas concretas que perduraran en el tiempo, contribuyendo a terminar con la discriminación. Sería necesario también que todos los países se pusieran de acuerdo para luchar contra la exclusión de las personas con discapacidad y en general a favor de todos aquellos más desfavorecidos del universo. Pero no, esto no está ocurriendo. El egoísmo, el egocentrismo y la defensa de los intereses particulares frente al bien común, prevalecen en las personas y en los países que casi nunca se ponen de acuerdo para defender a la población más desfavorecida.

Todos los ciudadanos deberíamos luchar por: crear conciencia, fomentar el entendimiento y el reconocimiento de la discapacidad como una cuestión de derechos humanos y por qué no, también la de otros muchos grupos marginados.  Habrá que hacer algo más que tener buenas intenciones. Las listas de la pobreza, de los marginados, de discapacitados y…cada día van en aumento. Por ello, mi pretensión es hacer reflexionar a la sociedad para que sea más solidaria y menos egoísta. Hoy por mi, mañana puede ser por ti. No lo olvidemos y actuemos.

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