miércoles, 24 de julio de 2013

DISCAPACIDAD Y SOCIEDAD



Rafael Mingo

   Es la discapacidad un fenómeno social de gran interés en la actualidad, no solo en la sociedad española, también universalmente. Son muchos los motivos y razones existentes para que la sociedad esté preocupada, uno muy  concreto y particularmente llamativo: el crecimiento demográfico que este colectivo está experimentando y que, de forma visible, rebasa el ámbito familiar al que tradicionalmente estaba escondido.

 Es “discapacidad” la dificultad para desempeñar papeles y desarrollar actividades socialmente aceptadas, habituales para personas de similar edad y condición; es decir, la discapacidad es la dificultad o la imposibilidad para llevar a cabo una función o un papel en un contexto social y en un entorno determinado. 

  Somos, en la actualidad, incapaces de reconocer y admitir, que las personas con algún tipo de discapacidad son uno más, que forman parte de nuestra sociedad y conforman la sociedad en la que vivimos. De una manera u otra, la verdadera discapacidad no está en las personas, está en el cerebro de la propia sociedad, es decir, en cada uno de nosotros que la conformamos.

  Es indiscutible el gran esfuerzo que se ha realizado para “normalizar” el fenómeno de la discapacidad, comprenderlo y asumirlo. A base de considerarla como algo distinto, especial, anómalo, patológico, sin quererlo, la misma sociedad que avanza en un sentido positivo, está creando otro en dirección contraria. Estamos construyendo un muro en el que a un lado estamos “nosotros”, y en el otro están ellos. Situación real del colectivo de la discapacidad.

  Nosotros somos los “normales”, entonces ¿ellos qué son? A base de utilizar  un lenguaje especial como: accesos “especiales”, lenguajes “especiales”, cuidados “especiales”, atenciones “especiales”, educación “especial”…, etc. “Nosotros” somos los normales, ellos serán…que cada uno le ponga el epíteto que quiera, da igual, a estas alturas si son galgos o podencos no cambia la cuestión de fondo, “ellos”. Es a la propia sociedad a quien hay que dotar de igualdad.

  Un día oía hablar en estos términos a un discapacitado: "Aunque seamos personas con discapacidad, como personas somos iguales y la sociedad debe reconocer coherentemente lo que proclama enfáticamente. Si tal como funciona resulta que se nos ve como “anormales”, no es porque lo seamos, hemos quedado en que somos iguales, sino porque la sociedad está funcionando de modo inadecuado. Es decir, no es que nosotros no nos adaptemos a la sociedad, es la sociedad la que no se adapta a acoger en igualdad a todos sus miembros".

  Por todo ello, es necesario que la sociedad, en su conjunto, luche por la integración e inclusión del mundo de la discapacidad, pues sin duda alguna, es más lo que nos une o iguala que lo que nos separa o diferencia. Un mundo de iguales supone condiciones dignas de existencia, desde las que estas personas puedan desarrollar su propia autonomía en las mismas condiciones que el resto.

  Los seres humanos construimos nuestra identidad no sólo a través de la comprensión de nosotros mismos y de nuestra iniciativa -personal y colectiva-, la construimos también a través del reconocimiento -personal y colectivo- que recibimos de los otros y que tendemos a interiorizar, sobre todo en circunstancias de inferioridad. Es el caso del mundo de la discapacidad.

  Vivo con muchas personas que no hablan. Y si hablan, frecuentemente no es claro lo que están diciendo. Tenemos que entender qué están viviendo ellos. Es difícil comprender lo que la gente con discapacidad está sufriendo, está viviendo, está deseando. Por todo ello, hemos de buscar y encontrar la forma de entendernos mutuamente. De comunicarnos de modo eficaz.

  El dolor por el que atraviesan las personas con discapacidades y sus familiares, solo puede ser liberado a través del amor y la comprensión, virtudes muy lejanas en una sociedad de máxima competitividad y ego exacerbado.

  Familia, escuela, política y sociedad en su conjunto, tienen la llave para llevar al mundo de la discapacidad, al lugar que le corresponde por derecho propio: LA IGUALDAD.


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